Ayer miércoles, la 1 puso de nuevo Belle Époque, la película dirigida por Fernando Trueba en 1992 y que ganó el Oscar al mejor film extranjero.
Me acordé de la primera vez que la vi, en el cine, cuando estudiaba en Sevilla, un miércoles también, día del espectador, junto a unos compañeros de piso a la finalización de los parciales de febrero-marzo.
Aquel día nos apetecía celebrar nuestro descanso de exámenes con una buena película, así que compramos el periódico, miramos la cartelera y nos llevamos el desengaño de no encontrar ningún título que nos atrajera. Lo único medianamente interesante que vimos era una comedia española, titulada Belle Époque, en la que salían Jorge Sanz, Maribel Verdú, Ariadna Gil, Penélope Cruz, Gabino Diego... y un largo plantel de actores y actrices que nos hacían temer que nos encontráramos ante otra españolada más. Con esta duda en el cuerpo, pero sin tener algo más atractivo que llevarnos a la boca, decidimos ir a verla. Cuál fue nuestra sorpresa al comprobar que aquella comedia no tenía nada que ver con esas españoladas típicas y tópicas, y que se asemejaba mucho más al cine clásico americano y al estilo de nuestro gran Berlanga.
Belle Époque es una película coral, en la que el gran peso del argumento recae en toda una colección de personajes secundarios interpretados de forma soberbia. El protagonista, Jorge Sanz, en torno a cuyas vivencias discurre el hilo narrativo del film, a pesar de tener una actuación más que correcta, pasa en muchas ocasiones desapercibido. La atención se la llevan Gabino Diego y Chus Lampreave como hilarantes hijo y madre carlistas; Agustín González, genial sin sobreactuar ni parodiarse a sí mismo en el papel de cura que tantas veces ha repetido; Fernando Fernán Gómez como el ácrata padre de las criaturas; Maribel Verdú, Ariadna Gil o Penélope Cruz como hijas díscola e interesada, marimacho o consentida pequeña alocada, respectivamente.
Además de esas soberbias interpretaciones y de la ambientación de Lala y Cristina Huete, lo que para mí hace especial a esta película es esa mezcla de clasicismo y toque berlaguiano. Méritos que hay que atribuir a su director, Fernando Trueba, que sabe recoger lo mejor de su particular dios, Billy Wilder, y a sus guionistas, encabezados por el más grande y recientemente desaparecido, Rafael Azcona, y ayudado por el mismo Trueba y por el también grandísimo José Luis García Sánchez.
En definitiva, una de las mejores películas que ha dado el cine español de los últimos 25 años y que, como tantas otras obras maestras de nuestra cinematografía, han llevado el sello del genial Rafael Azcona. Sirva esta entrada como homenaje a él.
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