En 1923, el desconocido Wallace Worsley recibió por parte de la Universal el encargo de dirigir la adaptación de la famosa novela de Víctor Hugo, El jorobado de Notre-Dame. Era la época del esplendor del cine mudo y, en concreto, de una de sus máximas estrellas, Lon Chaney, el hombre de las mil caras.
Conocido así por sus caracterizaciones de todo tipo de personajes, sobre todo de terror, para los cuales él mismo creaba los maquillajes, la película era un vehículo diseñado a la mayor gloria de Chaney en el papel de Quasimodo, el deformado campanero de la catedral de París, obsesionado y enamorado de la belleza de la zíngara Esmeralda, a la cual decide secuestrar.
Aunque no se trata de la mejor versión de la obra de Víctor Hugo (la que William Dieterlee rodó en 1939 con Charles Laughton y Maureen O'Hara como pareja protagonista era superior), lo que destaca de ella es la interpretación de Lon Chaney en una de las caracterizaciones que lo encumbraron como uno de los mitos del cine mudo y de terror de todos los tiempos. Un clásico muy recomendable de ver, por lo tanto, que no debe dejar de disfrutar cualquier cinéfilo y amante del género que se precie de serlo.
A continuación, un tributo a el hombre de las mil caras, fallecido en 1930 después de que se le ofreciera el papel de Drácula, que al final acabó rodando Bela Lugosi.
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